miércoles, 16 de abril de 2008

El cuchillo del doctor Brunner

Le asestó dos golpes en la nuca, y con una habilidad a prueba de guantes, le clavó directamente el cuchillo por la espalda. El huaso cayó dando tumbos; en sus labios se dibujó un rictus de horror. Era de noche. El amplio pasillo mal iluminado era ventilado por el fresco aire que asolaba a los álamos, y como en una cueva inexplorada, se escuchaban los bicharracos nocturnos que chillaban. Más a lo lejos, un vaca mugía y los perros leoneros aullában nerviosos, apuntando sus hocicos en dirección a la catástrofe. El doctor Brunner limpió el cuchillo con su pañuelo, y sentándose en una rústica silla de madera, sorbió y sorbió cuantiosos vasos de chicha. Por la mañana vería cómo se iba a deshacer del cadáver del huaso, apodado "el naricilla". Su muerte la justificaba el doctor Brunner, debido a que el insolente se había propasado con una de las niñas de la casa prostibularia. "Por la mañana te voy a tirar en trozos para que te coman los perros": con esa frase sentenciosa, el doctor sacó de su maletín un libro de Mariano Latorre, y se puso a leer hasta la madrugada.

3 comentarios:

Alex dijo...

Me recuerda al querido Jack. Y eso de cortar en pedasitos no está nada de mal.

Cabro Gamarra dijo...

Eso Rumel, escribamos una novela.
Notifica a los zánganos, las abejitas y a los maracos.

Maori Pérez dijo...

al dueño de fundo no lo notifiques, porque es el que dio la idea.