sábado, 29 de diciembre de 2007

ALUCINACIONES.TXT (PARTE I)


“Chilenos: un país sin ciencia-ficción, es un país sin futuro… dejemos atrás las supersticiones vampíricas del pasado y abracemos de lleno una nueva vocación androide… chilenos, todos juntos ahora: ¡cada uno a su robot!” (fin de la transmisión)

Rodrigo Fresán, Mantra. (Paráfrasis es mía)



Introducción

Si cada antología fuera simbolizada con un elemento, elegiría sin dudar el abanico, evitando además cualquier pretexto como para caer en la tautológica frase: “faltó menganito y zutanito dentro del libro”. Alucinaciones.txt es un abanico que no abarca todo el espectro de la ciencia-ficción y sus vertientes actuales, como iremos viendo más adelante, pero esta carencia está compensada por cuatro o cinco relatos que son verdaderas joyas literarias, y ya no sólo de la ciencia-ficción.

Las pretensiones de Alucinaciones.txt; una antología para el siglo XXI, son grandes, y se agradece. No peca de falsa modestia y la cantidad de autores no es nada deleznable (son 20). Ahora bien, si nos atenemos a la siguiente pregunta ¿qué hace que una antología trascienda la mera anécdota y se valide con el tiempo? Si buscamos paralelismos en Chile, una de las antologías más contundentes y arbitrarias fue la Antología de poesía chilena nueva (1935) en la cual todos los poetas aparecidos en sus páginas (Huidobro, Anguita, de Rokha, entre otros) más tarde rindieron frutos y cada uno se desenvolvió con una potente obra poética. Si buscamos en la narrativa casos paradigmáticos de grandes antologías, habría que buscar lo más cercano en Argentina (y no por ejemplo en Cuentos con walkman, de Fuguet y Gómez ), con Buenos Aires (1993) compilada por Juan Forn, en la cual, de los 16 autores seleccionados, tenemos a cinco monstruos de la narrativa actual (Pauls, Fresán, Fowfill, Aira, Piglia) sin contar a los menores (el mismo Forn, Castillo, Laiseca y Rabanal); esta antología fue una verdadera bisagra para estos autores, que ya en su país llevaban una serie de libros publicados, pero que por medio del trabajo de Forn se dieron a conocer en España y luego en el resto de Europa.

Saco todo esto a colación, pues pienso que una antología se afirma con el tiempo en base a la cantidad de autores que llegan a ser reconocidos; la principal apuesta de toda antología de autores vivos es predictiva; sólo el futuro la valida, o simplemente pasa a acumular polvo en el triste baúl de los libros guillotinados, abandonados por las ratas lectoras que han decidido emponzoñar su veneno en otras antologías y correspondencias textuales. Sin embargo, como el comentarista de este libro (o sea yo) no posee una bola de cristal ni una máquina para viajar en el tiempo, no le queda otra que regirse por los textos que se barajan en las páginas y tratar de ser lo más arbitrario y subjetivo posible en su juicio.

Al comienzo hablábamos del abanico, y ya al hacer una lectura completa del libro, reparamos en que el registro de voces se inclina, a grandes rasgos, por una ciencia-ficción de corte onírica, surrealista y poética, por un lado, y ucrónica, violenta y ciberpunk, por otro. Casos apartes los desarrollados por Sergio Meier y Jorge Baradit, que reseñaremos más adelante. El gran ausente de la fiesta, nos guste o no, fue la ciencia-ficción más dura, de corte positivista-lógico e incluso profética. Estoy pensando en la línea que representa Verne-Asimov (en occidente); extrañé las paradojas temporales, los juegos del tiempo y del espacio, las digresiones (pseudos)científicas, la figura del amable científico loco que explica como hacer materia de la nada, discusiones sobre física cuántica, etc. Esto me lleva a preguntarme ¿se cultiva este tipo de ciencia-ficción en Chile? Pregunta que no viene al caso desarrollar, pero sí al menos dejarla colgada en el aire.

Los relatos

Overflow, de Carlos Gaona, abre las páginas de Alucinaciones.txt, encontrándonos con un relato rápido, duro y efectista. La historia está ambientada en una ciudad decadente e hípertecnologizada, concentrando toda la acción y tensión del relato en un hombre que se encuentra con una Una -mujeres creadas y modificadas sólo para satisfacer deseos sexuales- pero que por determinadas circunstancias, la promesa de una noche de pasión y confidencias entre el hombre y la Una, se transforma rápidamente en una noche pesadillesca, sadomasoquista y sórdida. El cuento, tras una lectura oblicua y menos obvia, esconde un problema ético sobre los límites de la manipulación genética en el ser humano, y las nefastas consecuencias que puede acarrear la alteración de las prácticas y costumbres sexuales.

Cucharitas, de Alejandra Costamagna, es el punto más flaco de todo el libro. Yo no sé muy bien si fue escrito expresamente para la antología, o fue arrancado de una novelita surrealista o de un conjunto de prosas poéticas, pero simple y llanamente el cuento hace tambalear la antología completa; más sabio habría sido excluirlo del conjunto e introducirlo en un comercial de helados Savory o de Fruna. Pasaremos por alto pues esta falla de la antología, y no diremos nada más al respecto.

Reflejos, de Pablo Castro, en cuanto a dilema ético, se hermana al cuento de Gaona, aunque en este caso el tema es más peliagudo y problemático, pues trata sobre la familia. El narrador y protagonista del cuento, de una manera que recuerda al P.K Dick más lastimero y oscuro, va relatando el cruel ocaso de su propia familia en dos planos, el real y el virtual. En la realidad, pues cada uno de sus miembros van siendo carcomidos por distintas enfermedades y desgracias, y en el mundo virtual, porque una vez muertos, el narrador-protagonista realiza duplicados digitales de cada miembro familiar para hacerlos vivir en un mundo virtual, con sus propias leyes físicas y temporales. El problema que se presenta hermana lo ético con lo económico: el costo para mantener a estos duplicados perfectos de los originales, es demasiado elevado para el padre de familia, el cual debe escoger entre seguir endeudándose con la compañía que realiza el servicio o lisa y llanamente eliminarlos, suprimir estos duplicados del mundo virtual. Veo en este cuento una metáfora bestial de la depredación que hacen las empresas con los grupos familiares, de qué manera van imponiendo sus condiciones por medio de contratos de opereta y cómo van minando la moral de manera lenta y venenosa. Para finalizar, esta pieza (una de las mejores de toda la antología) tiene una curiosa singularidad; se estructura con la forma de la metástasis, es decir, el narrador y lo que ocurre en el relato, comienzan a contaminarse con una realidad virtual que va mellando y socavando lo relatado, en un juego perverso donde la realidad es el órgano enfermo y lo virtual es el cáncer que comienza a expandirse y tejer sus hilos lentamente en lo real, hasta formar una amalgama de podredumbre y desesperación.

La vida que vendrá, de Álvaro Bisama, confirma de manera positiva el trabajo ficcional que ha venido haciendo el escritor porteño. El escenario de su relato es un extraño y futurista Santiago, en el cual los dos personajes se mueven por los barrios más históricos y nostálgicos para buscar un lugar donde vivir. Es un galpón abandonado, sinónimo en algún tiempo del progreso y de la industria, el lugar que finalmente eligen, decorándolo de manera kitsch y nostálgica. El cuento posee imágenes sugerentes y delicadas: “Entonces me detuve frente a ella. Detrás de mí explotaban galaxias y nacían en el aire. Nuestra casa, dije, es nuestra casa.”. Delicadeza que se va rompiendo en el sutil entramado que nos presenta el cuento, por intermedio de una lectura (re)torcida de un profeta ciego cuyo nombre desconocemos, y que finalmente termina obstaculizando en cierta manera la relación del narrador- el protagonista del relato- con su mujer conviviente, sugiriéndonos (¿tal vez?) que toda operación en la realidad siempre esconde el deseo o la saudade (nostalgia) por una mujer. El cuento, sin mayores aspavientos, acoge al lector en esa atmósfera parecida a un sueño de neón, y lentamente se va apagando, llenándonos de pequeños trazos bordados sobre su textura, hasta finalmente desvanecerse, dando la ilusión de que hemos estado frente a un espejismo que tenuemente va borrándose en el desierto.

Lazos de organdí, de Ángela González, de manera fragmentaria va hilando un relato donde se entremezcla una historia que a veces parece maternal, otras incestuosa y otras fantasmal. Una casa es el decorado central de la ficción, y la ambigüedad de la misma historia y de los personajes se agradece, pues de sus vacíos van surgiendo sombras e imágenes cargadas de poesía y de onirismo, las que sirven como contrapunto del relato, el cual se va depurando como un embudo y que termina finalmente, por medio de una epifanía, revelándonos qué era lo que estaba ocurriendo en esa casa y en sus alrededores.

La conquista mágica de América, de Jorge Baradit, sigue confirmando que el autor porteño se alza como una de las grandes voces del mundillo de ciencia-ficción en español. De Baradit nos puede molestar su personalidad egomaníaca y sus arrebatados e in/justificados delirios de grandeza, pero ha tenido la habilidad y la disciplina de generar un estilo y una manera de hacer ciencia ficción que ya muchos escritores cercanos a él desearían. La conquista mágica, plantea una relectura, no necesariamente de manera ucrónica, de una invasión europea a América no sustentada en fines económicos, sino que justificada en fines arcanos y esotéricos. Sectas extrañas de extraños ritos, vienen a buscar un secreto guardado en las entrañas de América, y para ello han utilizado como títeres a los soldados y reyes de toda Europa. Cortés aparece como monigote de la Corona, pero ésta misma a su vez es manipulada desde las sombras por magos y cabalistas que muy pocos conocen. El enfrentamiento entre dos mundos es planteado por Baradit como choque de fuerzas mágicas y culturales, en el cual la verdadera batalla se dará más por medio de plegarias, rezos y conjuros místicos, que por medio de las armas. Con una prosa brillante y depurada, de la misma línea de Ygdrasil, el autor sigue con su propuesta firme (más allá del ciberchamanismo y todos esos adjetivos que se le ha dado a su obra) de recrear una América, un Chile, por medio de sus mitos y sus culturas. No en vano podríamos decir que estamos ante un Tolkien de la ciencia-ficción.

El ciclista paralógico, de Sergio Gómez, nos adentra en un mundo medicinal del futuro donde los enfermos son activados y salvados gracias a un hombre en bicicleta. Lo que parece ser un mapa neuronal digital del enfermo, se metamorfosea en una larga carretera, donde el ciclista debe pedalear y ganar la carrera para que los impulsos nerviosos del convaleciente y comatoso enfermo se activen. El Dios Programador, como lo llama el protagonista del relato, parece ser el creador del mundo digital, y el principal dador de trabajo y de sustento económico para el ciclista: “Que nada me falte, que no me falte la confianza, que no me falte la fe en el Dios Programador” repite la salmodia el ciclista, elevando sus plegarias así al Santo Software que todo lo provee. Como en otros relatos de la antología, nuevamente aflora la cuestión ética entre sus líneas, esta vez el dilema de la eutanasia, en un paciente judío y senil que se debate entre la vida y la muerte. El relato, escrito de manera límpida y sencilla, compone una pieza exquisita del total de cuentos seleccionados, lo cual además me (nos) sugiere una perfecta adaptación al cortometraje animado, ya que su planteamiento y tratamiento calza como guante quirúrgico a mano de cineasta. Veremos si algún creador al leer el cuento se anima.

Santa Graciela, de Pancho Ortega, junto al relato de Tito Matamala que veremos más adelante, configuran el lado más abiertamente político de toda la antología. Temporalmente, la acción de Santa Graciela ocurre un par de años luego del Golpe de Estado, en una isla (islote pues casi no se aprecia en los mapas) donde un grupo de militares lleva a cabo una serie de interrogatorios y torturas en contra de comunistas rezagados, dejándonos un tufillo muy similar a lo que ocurrió en Villa Grimaldi y en otros centros de detención. Buscando paralelos en el cine, no podemos dejar de pensar en el cine de Romero y Argento, y a los contemporáneos Rodríguez y Tarantino. Los diálogos, propios de la tradición narrativa norteamericana, son secos y humorísticos, con personajes arquetípicos que recuerdan al viejo patrón de fundo, al militar cuadrado y agresivo, al soldado raso de buen corazón. La violencia del cuento, comienza ya a ser explícita desde las primeras páginas, sin dar concesiones al lector (en especial si es femenino, pero ya lo comprobará usted hipotético/a lector/a de la antología). La isla, que puede ser perfectamente apócrifa, se ve azotada por una monstruosidad, por una peste roja que en el fondo simboliza lo que representaba el comunismo en aquella época: siniestros marxistas come niños, arrasadores de campos y de empresas. La isla ya no como utopía, sino como distopía, como agujero negro lleno de podredumbre. No ahondaremos más en detalles, pues la sorpresa y lo inusitado es lo que le da la fuerza vital al relato.

Con el Monstruo del pozo, de Francisca Solar, cerramos la primera parte de esta revisión. Escrito con una prosa sobria (pero no elegante) nos encontramos con un cuento bien armado y que además funciona a la perfección. Que funcione bien, que esté escrito en unas cuantas páginas, es sinónimo de buen manejo de la pluma, pero no de maestría. No hay una apuesta ni un riesgo evidente; simplemente se nos narra una historia de manera esquemática y pobre, que recuerda a estos libracos que publicaba la serie X-Files, o para los más entendidos, similares a los módulos de juegos de rol que aparecían por decenas en revistas españolas ochenteras. Ciertamente la literatura de Solar está enfocada a las masas, lo cual se agradece, pues permite que un empantanado mercado editorial chileno se desarrolle y permita la apertura de una literatura más osada y experimental.
(Segunda parte, lista para antes del 2008)