domingo, 20 de enero de 2008

Cómo se destruye un ser humano


Desconoció en los hombres a sus prójimos; su soledad comenzó a agrandarse hasta hacerse insoportable. Veía con envidia a los demás, a esos seres incomprensibles que nada sabían y que ponían todo su espíritu, liberalmente, en mezquinas ocupaciones, que gozaban y sufrían en torno a un Pablo solitario y gigantesco, que respiraba por encima de todas las cabezas un aire enrarecido y puro, que recorría los días requisando y detentado los bienes de los hombres.

(Pablo, Varia Invención, de Juan José Arreola)


Para conocer el mecanismo psicológico de la mujer, hay que tratar a muchas, y no elegir precisamente a las ingenuas para enamorarse, sino a las vivas, las astutas y las desvergonzadas, porque ellas son fuente de enseñanzas para un hombre sin experiencia.

( Aguafuertes porteñas, de Roberto Arlt)


Nadie a otro ama, sino que ama/ lo que de sí hay en él, o es supuesto./Nada te pese que no te amen. Te sienten/ quien eres, y eres extranjero./Procura ser quien eres, te amen o no./Firme contigo, sufrirás avaro/ de penas.

(Odas de Ricardo Reis, de Fernando Pessoa, el fragmento no lo recuerdo porque lo cito de memoria)


Siempre he encontrado a Roberto Arlt un tipo muy encachado, no sólo por su estatura y su pinta de tahúr, sino también porque siempre vivió soltero, además de que fue apostador, putero, borracho, periodista y escribía tan mal, que de lo puro mal escribía bien (basta con leer El juguete rabioso).

Recuerdo una anécdota, que no viene a cuento, pero me ocurrió hace tres años en Valparaíso, donde vivía con una pareja de filósofos y un gay no declarado. Este compadre, que le gustaba ir a visitarme a la pieza, más seguido que lo común, se sentaba en mi cama y comenzábamos muchas charlas sobre lo sagrado y lo profano. Una de esas tarde de coloquio, en la montonera de libros de mi velador, el mentado seño tomó el libro El juguete rabioso, y empezó a decirme algo así como: huuuu, ¿te gusta el juguete rabioso? Con una cara libidinosa que me turbó un poco, turbación que rompí con la siguiente frase: ¡claro! ¡Igual que tú! Y le hice un pato Yánez.

Otra talla me pasó en Argentina, en un hotel de Córdoba, pero esta fue un poco espeluznante. El libro que leía era Formas Breves, de Ricardo Piglia. Uno de los primeros textos del mentado libro, hablaba sobre el cadáver de Arlt, que no lo pudieron sacar de su habitación pues su cuerpo era muy enorme. Bueno, en otro apartado de Formas Breves, Piglia relata cómo él que hace clases en Princeton, viajaba una vez al año a Argentina y se hospedaba en hoteles, donde descubría en los clósets cartas de enamorados, cartas que nunca llegaron a su destino. Entonces yo, temblando, sintiéndome como una puesta en abismo, caminé hacia el closet de mi habitación, libro en mano, y me dije ¿qué pasa si encuentro una carta de enamorados en algún rincón del mueble? Abrí las puertas, con el corazón palpitando… y por suerte no encontré nada. Al otro día, en la mañana, me puse a escribir una carta, de un señor llamado Pedro a una tal Nicole, donde le hablaba del infierno, de la soledad, de la risa, de los amigos, de la valentía, de la esperanza, de nuevo de la soledad, y al final se despedía, como tratando de decir que partía en ese mismo instante a otro país, al más allá, o qué se yo. Me dio mucha risa escribir esa carta falsa, pues antes de irme del lugar, dejé el papel metido en el clóset, y con cara de despreocupado cerré de golpe, y para siempre acaso, mi habitación. Quizás quién habrá abierto aquellos falsos (¿verdaderos?) sentimientos declarados.

Volviendo al tema de la destrucción de un ser humano, siempre que me preguntan cómo puedes destruir a un enemigo, o a alguien que te cae mal, entonces les digo en tono humorístico “¡pues encuéntrale una mujer, lo casas, y en una de esas oficias hasta de cura!” El casamiento es un mal endémico de toda sociedad cristiana y cristianizante, una constatación patética de una pareja que desesperadamente debe demostrar su amor al resto, y con el tiempo se comprueba que el 99,9% de los casados terminan cazados. Hunter and prey. Cazadores cazados. Diana y Acteón. Por eso yo amo la soltería, por eso admiro a hombres como Pessoa o como Arlt, que independientemente de si andaban de chiquillerías o no, eran seres toalmente autónomos, valientes, descarados, que trabajaban por el arte, por la palabra, por la creación.

No faltará quién diga que mi postura es descabellada, o pesimista. Claro, le diría yo, y eso no quita que me gustase tener a una compañera de verdad, pues detrás de una gran mujer hay un idiota, y detrás de un genio el vacío absoluto (Pablo Rumel Espinoza). Por eso es mejor irse de senda con alguien que tenga la suya propia, y que hombro con hombro te acompañe hasta el despeñadero final, o sea, hasta la morte. Creo en la monogamia como doctrina, como posibilidad, y creo además en una compañera de ruta, especie de Quijota y Sancha a la vez, que no sea ni guía ni camino, sencillamente una escudera cuando lo requiera, y una guerrera cuando también lo requiera (esto último no lo digo sin un toque de malicia y de sonrisa perversa en mi cara).

¿Y los infelizmente casados? La gente mal acompañada se idiotiza, se destruye espiritual y físicamente. Proceso lento a veces, o rápido y mortal, léase la biografía de F. Scott Fitzegerald. Más adelante hablaré sobre una señorita (ex polola) que estimo mucho, y sin caer en vulgaridades e infidencias, explicaré cómo fue el deterioro mental, los problemas al hígado, las crisis nerviosas, los ataques de pánico, las apneas del sueño, y no hablo de mí, hablo de los dos, que estábamos pegados como el cáncer, contaminados por metástasis, hasta que…. Queda para otra ocasión.

A lo que voy ahora, es que el embotamiento, la farra de uno mismo, el displacer y la cobardía de no saber y poder dejar a alguien (dejarlo no quiere decir necesariamente abandono, sino que incluso puede contener una promesa de amistad duradera) terminan con el embrutecimiento y las esperanzas póstumas del cambio. Porque así funciona esta máquina, al otro siempre se le encuentran defectos, redundando en una constante batalla por modificar o cambiarlo, a base de mentiras, traiciones, amenazas, sugerencias mal intencionadas, un infantilismo digno de compasión que hacer ver cosas como “estoy seguro que está mejorando” “va a cambiar sus hábitos alimenticios” “se está poniendo más gentil” "me escuchará cuando le hablo" "está madurando rápido" ¡ESO ES UNA MIERDA! La única conversión posible ocurre para uno mismo y no para agradar al otro. Y punto.

Pero al final casi siempre vence la cobardía, y serán pocos los que decidirán ir sin ataduras ni cargando cruces ajenas por la vida. ¿Qué pasaría si la gente leyese más a Schopenhauer, a Montaigne o a Séneca? (Nietzsche de lado por un tiempo, demasiado manoseado) Por nombrar a tres moralistas que siempre vivieron pendientes de las pasiones y las desgracias humanas, y que en cierta manera configuran el corazón de occidente y lo dotan de un espíritu, de un sentido crítico y a la vez práctico, que en oriente o en el mundo pagano nórdico se manifiesta más en símbolos o en enseñanzas orales.

Y acá viene un segundo corolario que quería desprender de esta digresión; la búsqueda desesperada (salvación) de muchas personas de raigambre occidental, en el ocultismo (esotérico) y en enseñanzas orientalistas (budismo, yoga, tai chi) donde tenemos a próceres literarios como Fernando Pessoa, Gabriela Mistral o Juan Emar, los cuales tuvieron tránsitos muy fuertes por ese mundo, pero independiente de si salieron fortalecidos o no de esa experiencia, yo quería citar una frase de Unamuno que siempre me ha quedado dando vueltas en la cabeza desde que la leí:

“Todo es para nosotros libros, lectura; podemos hablar del Libro de la Historia, del Libro de la Naturaleza, del Libro del Universo. Somos bíblicos. Y podemos decir que en el principio fue el Libro. O la Historia. Porque Historia comienza con el libro y no con la palabra, y antes de la Historia del Libro, no había conciencia, no había espejo, no había nada. La prehistoria es la inconciencia, es la nada”

¿Qué es ese nosotros? ¿A qué se refiere con que antes del libro no hay nada? Tiene que ver con un pensamiento preservado en páginas y páginas, desde Grecia, Roma, pasando por la acuñación que realizó la Iglesia Católica con los libros. Estamos hablando de miles de años donde la oralidad pasa a ser materia de retórica o de divertimiento (fábulas, leyendas, mitos, cantos) y el conocimiento queda estancado, por decirlo de alguna manera, concentrándose en las escasas universidades, en las bibliotecas personales y en los monasterios. Con esta distinción no quiero hacer una lectura criminal del pensamiento oriental (si es que se puede llamar así a un conjunto de doctrinas muy variadas y diversas) si no que recalcar el hecho de que esas enseñanzas están fijadas bajo costumbres y lenguas distintas, por mucho que tengan el afán de universalismo, siguen pareciéndonos extrañas o incomprensibles, sencillamente porque han sido trasvasadas, o importadas con muchos siglos de retraso.

Conclusión 1: independiente de todas las filias y amabilidades que compartamos con oriente, no olvidemos que somos hijos de la retórica, de la guerra y de la poesía, las tres lanzas perfectas para lograr una determinación en esta vida, y no una constante impostura que rápidamente nos llevará a extinguirnos, como tristes y pobres malezas enhiestas.

Conclusión 2: y usted anónimo e hipotético lector, ¿a qué le tiene miedo? ¿A quién?¿ Qué hace por usted hoy, ahora?
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