viernes, 18 de enero de 2008

LA RELIGIÓN ES EL CORAZÓN DE UN MUNDO SIN CORAZÓN


Quien posee el arte y la ciencia/ tiene también la religión./Pero quien no los posee:/que tenga la religión. (J.W. Goethe)


Es una actitud muy posmoderna (pero antiquísima) negar la existencia de Dios, como si dijéramos tal cosa no existe porque soy un ser completamente autónomo o qué se yo. Una salida más elegante es de corte budista, y es pensar en la inutilidad de reflexionar en un algo que nos sobrepasa, algo que puede o no puede estar. Nietzsche, y sus buenos lectores, entendieron que el Dios muerto era el Dios cristiano, el cual por medio de sus profetas (Jesús el predilecto, o el Hijo, para el catolicismo principalmente) imponía una moral imposible de sobrellevar, un mensaje fraterno farsante o absurdo de cumplir por los fieles, que se fueron multiplicando a través de la historia, hasta oficializarse en la Iglesia Católica Apostólica Romana.

En eso estamos totalmente de acuerdo, en que el proselitismo patea, en que la religión institucionalizada suele ser casi siempre una cagada, y sobre el tema de Dios, yo, desde una posición totalmente desconcertada, nunca he sabido si Dios o dios existe. No podría negarlo ni refutarlo, aunque me entretengo citando a San Agustín, a Spinoza, a Unamuno y también al iluminado P.K. Dick, que siempre es muy chistoso de comentar y parafrasear a la hora de “tomar partido” en los candentes temas teológicos.

¿Por qué a la gente le carga que uno cite? si citar es precioso (Pablo Rumel Espinoza) Pero esa es otra digresión que retomaré en otra ocasión, para que los envidiosos desmemoriados lectores que tengo, la lean con atención.


Un relato religioso

Recuerdo que cierto día, una estudiante gringa de intercambio muy buena moza, se me acercó mientras esperaba sentado no sé qué clase en un pasillo, y me preguntó que qué leía. No recuerdo el libro, pero recuerdo que después me preguntó si yo tenía una religión. Prendiendo un cigarrillo, y sin mirarla le dije: ¡pero claro! Mi religión son las mujeres, la música y la literatura. La simpática se entusiasmó con mi frase y la anotó en un cuadernito que llevaba. Empezamos a hablar de poesía, y yo en ese momento me paré nervioso pues un tufillo con olor a mierda venía de mi cuerpo, y claro, era una cagada de perro sarnoso en mi bototo militar, así es que disimulando le dije que camináramos. Animosa, me comentó que le gustaba a Nicanor Parra y toda la generación beat, con la cual nunca he comulgado mucho, pero sí con el gran mariconazo de Ginsberg, el arquetípico gay, gran ausente (hasta ahora) de nuestra generación de pendejoides electrónicos.

Caminábamos ya por la Avenida Playa Ancha, cuando mi amigo Fernando Losario (a.k.a) Cinturón Negro, salió corriendo detrás de nosotros, y mirando mi lascivia en mis ojos me dijo, ¡qué se la pasen bien! Y me guiñó un ojo, como diciéndome que usara condón. Lo que nunca le pude explicar, y espero que lo lea ahora, era que esa calentura de espíritu la llevaba en mi cara por los temas que discutía con la gringa, y no con el fin de tumbarla desnuda contra el colchón y hacerla morder la almohada, pues no se necesita hablar de poesía o de temas elevados con alguna dama para llevársela a la folladura. Ese trabajo se la dejo a los “verdaderos poetas que escriben para engalanar” y no para establecer un entretenido coloquio bajando y subiendo por las calles, con amigos invisibles y desconocidos viajando en trenes al sur, como diría de forma más poética Teillier.

Paseamos por la avenida Amunátegui, pues ella iba a visitar a su pololo que vivía en Viña, pero que por amables circunstancias no lo hizo y quedamos encadenados conversando, aplazando el encuentro con el susodicho que tuve la fortuna de no conocer, pues por la somera descripción que me dio, quedé convencido de que se trataba de un autómata sin alma, y no de esos hombres raros que llevan un huracán en el corazón, esos artistas con una religión sin nombre que nombra además a todas las cosas del mundo de maneras ingeniosas.

No sé en qué momento me invitó a un café burgués, cosa que no decliné sólo para complacer su amabilidad. Recuerdo sus ojos azules, su mentón norteamericano de factura, su cuerpo pequeñito, pero sobre todo su brillo en el rostro, su deseo por conocer poetas y escritores chilenos, saber que delante de sí tenía a un compadre sencillo que se había formado leyendo poesía, la religión con la cual siempre ha comulgado (es raro hablar de uno en tercera persona, pero sólo lo hago por fines retóricos nada más, como lo solía hacer a la antigua usanza en mi blog http://www.digresivo.blogspot.com/)

Yo también estaba fascinado con ella, pues en un momento, caminado nuevamente por la calle, se puso a recitar, casi aullando como una gringa loca y entusiasmada, el Aullido (Howl) in english, ciertos versos que no puedo recordar, pues me dejé llevar más por la música de su fonética que por las palabras mismas. ¿Qué más decir sobre aquello? Era como celebrar misa en las calles laterales y diagonales, subiendo por un pequeño pasaje que queda justo detrás del detestable y asqueroso reloj de flores. Ahí nos detuvimos, y mirando desde lo alto la mejor cara de Viña (la antigua, la que aún posee esa belleza de antaño, la de calles con nombres alemanes e ingleses y no coordenadas nortes para enfermos mentales) me dijo que amaba a Valparaíso y que ella no se consideraba estadounidense, sino que porteña y neoyorquina.

Me dieron ganas de abrazarla y besarla en ese momento, pero como soy respetuoso, lo hice de pensamiento y le recité de memoria Carta a Huidobro, de Gonzalo Rojas. Ella, mirándome con sus ojos cristalinos a punto de romperse, esbozó una sonrisa honesta y nos prometimos que algún día estaríamos juntos paseando por NY y hablando en inglés, pues considero snobista y de mal gusto hablar inglés en Chile. Así es que ella me hablaba en inglés y yo le respondía en español, para que pudiera perfeccionar con mayor sutileza la lengua castellana y yo la inglesa.

De ella nunca más supe, sólo quedó su nombre, la dirección de su correo, un par de mails enviados que nunca me respondió, y una invitación a un congreso en la Sebastiana sobre el Quijote y sus cuatro siglos. Ella nunca más se manifestó, pero tengo buena memoria y sigo recordándola como si fuera ayer. Además de eso, tengo en mi corazón la mejor religión que pudo haber inventado la humanidad.
¡Música Maestro!