sábado, 29 de marzo de 2008

Viejo relato.

Una vez le dije
a una niña que se creía río
que si podía ser su bosque
Una vez tomé
de la mesa de la profesora
una estrellita autoadhesiva
y me la pegué en la frente
Unos días que estaba solo
y que siempre andaba buscando
más que un oasis, una compañera
para reinventar el mundo
y el sentido
Un mes que pasé tomando
ron cola y fumando depresivo
mientras por fuera del departamento
pasaba el tren fantasma
Un tipo que me conocía
me dijo que yo no era nadie
para las mujeres y le encontré
razón
Una vez que nos vimos
con Daniela
me dijo que ella no era mi puta,
estaba claro que no,
¿al menos mi vida?, tampoco.
Una temporada de llanto,
de rabia primero,
de tortura antes de eso,
de un amor que no fue amor
mucho, mucho antes
de pensar así.
Un minuto de silencio
por el amor que no tengo, dos
personajes fantasmales
en la esquina de un lugar que no es.
¿Tú sabes qué significa
pensar toda una tarde en el camino?
Ahora estaría optando
por hacerme el difícil.
Un momento de quietud
sin la atención de otra vida,
los dolores del miedo,
la metafísica alegre.
Pero no hay una mujer
en todo este relato.
No hay una mujer
desde este relato
ni afuera, en el borde,
ni en la posibilidad del encuentro.
Uno, solo, un par de solos
que soy yo aquí.

La costumbre.

Digamos que tú te llamas G. y vives en Lastarria, o al menos así se lo imagina el autor. Bares plazaitalianos y reuniones en departamentos, casi todo es copete, deseo socialmente acostumbrado y una que otra proposición e integración laboral diaria. Digamos que poco a poco vas entrando en la temible mediana edad, y que sin embargo no manifiestas temor alguno. Digamos también que eres atractiva, o que eres considerada atractiva por muchos, que es lo mismo pero es distinto. Porque si fueras atractiva, pero no fueras considerada atractiva, te serviría menos en términos sexuales que lo opuesto. Y que además eres poeta. Ahora bien. Continuemos esto con que yo me llamo P. y vivo en Puente Alto. Yo, por el contrario, no soy ni atractivo ni soy considerado atractivo, pero sí tengo cancha (N. del A.: esto es aplicable a todos los poetas de Chile menos a Felipe Becerra, enemigo de todos los poetas de Chile). Digamos que durante nuestra relación de conocimiento y tal vez desconocimiento mutuo, hemos tenido nuestros alcances sexuales y uno que otro acercamiento bien recibido en términos románticos. Miremos por un momento nuestra relación en términos de categorías metafísicas: Yo soy un buscador y tú una buscada; yo soy un buen buscador y a veces te he encontrado. Imaginemos ahora que al final de ese camino estamos en un McDonalds. Por qué en un McDonalds, te preguntarás mientras lees esto e imaginas las razones de que estemos así: tú leyendo esto y yo siendo en esto, ambos siendo en ese mundo que he creado, pero, por azar, habitándolo de momento en un McDonalds que podría no venir al caso. Sin embargo, unos meses antes me has avisado de tu fascinación por los payasos asesinos y yo me he sentido en el deber de lo temático (N. del A.: de ocurrir el aviso, Rumel recibió cinco segundos más tarde la orden de sacar la basura por parte de su madre). Así que ahí estamos y todavía no llegan los cafés con sacarina. No sabes por qué conversar conmigo se ha transformado tan rápidamente en una costumbre (costumbre en el sentido de asiduidad, no así de resignación) y me preguntas: ¿Por qué me estoy acostumbrando a ti? Trato de esconder la gallina degollada que de pronto asoma de la mochila y te digo: Qué saludable que así sea. La conversación conduce entonces a que hablemos de sexo, quizás porque ya hemos agotado otros temas, o porque yo mismo he avanzado hacia el tema sin que lo notaras, aunque siempre asegurando que te sientas cómoda, porque en el fondo me importas. Me dices que las apariencias no son importantes. Yo te digo que no al principio. Luego, por alguna razón que ya he olvidado, estás fingiendo un orgasmo, como en cuando Harry conoció a Sally, un ejercicio que acostumbro hacer con las mujeres que me interesan, a modo de broma o a modo de prueba, y porque has pasado la prueba busco entre el montón de papas fritas y me meto una en la boca, intentando disimular la excitación. Sin embargo, nadie comenta la necesidad de comer lo mismo que tú, porque obviamente se come lo mismo en todo el local, en todos los locales. Así que una cosa conduce a la otra y más pronto que tarde nos hallamos sobre la cama de un motel ubicado unas calles y desviaciones más allá del McDonalds en Alameda, y tú no te sorprendes por las guirnaldas que encontraste debajo de la almohada, y yo no me fijo mucho en si hay o no cámaras en el cuarto de hotel. Pero, para cuando podríamos empezar la relación sexual, nos damos cuenta de que en realidad estaríamos mejor conversando, y eso es lo que hacemos. Tú me cuentas tus secretos, yo te cuento los míos, que son muchos. Y una vez que tomamos el taxi, que pagamos mitad y mitad, y tú te bajas antes que yo y te despides con un beso al aire ambiguo (N. del A.: que significa que quizás Gabriela tenía esperanzas de algo más y estas se derrumbaron irremediablemente), lo que me voy pensando es en mi primer beso, hace muchos años, y en lo que sentí en ese instante de inesperada brutalidad. Al darme cuenta que ya estoy en la esquina de mi casa, no hago verdadero alarde de elegancia frente al taxista. Me tiro en la cama, miro al techo, y pienso si la vida realmente será esto que vivo a diario, que cotejo a diario, y que experimento con mayor o menos intensidad. Me he quedado dormido, sueño, y tú estás pensando en nada, sentada en el balcón de tu departamento en Lastarria, mientras las luces de pocos autos atraviesan la ciudad de Santiago.

Dos hermanos del mundo flotante


La cuerda del cometa
no se ve en el cielo,
se ve en la mano.

Yamaguchi Seishi (1901-1994)

Cuando los niños lloraban y los ancianos se molestaban por la falta de tacto, columpiándose y haciendo cabriolas, los hermanos Rumel rodaron, serpenteando como cometas para iluminar con hechizos y bolas de nube. Los algodones se reían a carcajadas, y los señores suspensores rebotaban como yoyós chinos. Los ancianos aplaudían a rabiar y sus bastones volaban a la manera de las serpientes volátiles. Los niños giraban sus cabezas y los ojos les saltaban como platos; de esta forma enseñaban la simpleza de las llamas y los volantines.
Los hermanos Rumel -cantando a grito pelado- desaparecieron por entre los resbalines y las arañas mecanizadas. Nadie lo advirtió, porque al otro día ya estaban de regreso. Y con más energía que antes.
(Continuará...)

Da Vinci

Cual fisonomista
Destajé mis libros
Y no encontré nada

Cual carnicero
Los tomé hoja por hoja
Y los colgué para que
Se desangraran

Cual hambriento me
Los puse en la boca
Y su sabor rancio
Me desanimó

Cual amante le abrí
Las piernas a la literatura
Y me la violé

Cual Forense le hice
Autopsia y aquí en Chile
La encontré podrida

Y me acusaron de hereje, profano
Fome Vomitivo.
Ególatra y satánico

¡Señor Dios!
Danos un libro cada día
Y perdona nuestra indecencia
así como nosotros perdonamos la tuya

viernes, 28 de marzo de 2008






Aconteció en un lugar poblado de sombras. Las máscaras, con toda su fatalidad escrita en sus bordes, me decían que era la hora de lanzar dados llenos de fuego. Las cartas volaban y ninguna página contenía mi nombre. Me despaché, de manera furiosa, todas las pérfidas que bailaban tontamente a mi alrededor, como llamando la atención o para que al menos les lanzara una palabra de mi nombre. La sombra, la sombra, vete de acá, repetía el anciano que bajaba del monte; y yo, con cara de aprendiz, fui siguiéndolo e imitando sus pasos. Al quinto día volví al lugar poblado de sombras, y las máscaras rientes me reprocharon en la cara mi falta de delicadeza; ¡no es justo! y de una patada fracturé todas sus grietas y las caretas desaparecieron. Yo quiero ver caras, dije en silencio, mientras frotaba mis puños contra un roble, para endurecerlos más aún y lograr que mi cabeza y mi corazón fueran de acero. Entonces el anciano, que me arropaba en silencio durante el tiempo en que mi cabeza comenzó a delirar y a emitir aullidos, me pidió que me aquietara, que me transformase en mar, navegando en un espumeante agua de olvido.
.
Aconteció que desperté con una rosa azul en mi mano.
Mi cabeza es un infierno
en ella se desatan todos los dolores psíquicos
acumulados por los años de la bestia.
El lobo y la luna se acompañan en el aullido
y las zarpas me muestran la sangre del que cae;
en ellas estoy
asida como una fuerza horizontal
que se verticaliza en cada uno de sus movimientos.

jueves, 27 de marzo de 2008

BANZAI!




Caja Musical Negra (descargable)
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"Hay jóvenes como nosotros en todas las capas de la sociedad, en el ejército, en la política, que piensan como nosotros. Sólo juntos podremos hacer algo, y a los que nos sentimos profundamente unidos al arte, nos gustaría ver el mundo más vinculado. En épocas como esta en que la gente es cada día más pobre y los niños que vemos por la calle están cada día más enfermos y hambrientos, lo último que debe hacer un artista es encerrarse a pintar cuadros de prostitutas."

Un artista del mundo flotante, Kazuo Ishiguro

miércoles, 26 de marzo de 2008

los viejóvenes

Durante el transcurso de unos buenos meses
El viejo Rumel, sagradamente todos los Viernes
Iba por mí a la Fundación Las Rosas.
Hacíamos lo de siempre, ir a Plaza de armas,
Supuestamente para hablar sobre la posible edición
De un libro fantasmagórico escrito en hebreo por él.
Luego me prohibieron su visita.
De vez en cuando extraño ese paseo,
Buscar disimuladamente algún calzoncito de colegiala,
Servir de escondite para los mecheros,
Insultar a los peruanos y cortejar a las cholitas.
Era entretenido esconderle la bolsa con miguitas de pan
Al viejo Rumel.
Como también hacer esos llamados bomba.


Abismo

Demente como si mañana fueras a morir
El mundo no acaba en una pirueta arriesgada,
mortal.
En el salto al abismo no se extingue tu pira.
El, ellos, alimentan tu hálito que se sostiene en el tiempo
como un La de viento entre sábanas.
¿y si mañana fuera el día qué?
Gastarás tu cuerpo con frenesí diabólico
hasta la hora postrera
¿quemarás tus últimos cartuchos, tus naves?
Tanto jadear para llenar los agujeros de la ausencia
Después de la cima la sima.

martes, 25 de marzo de 2008

Carencias Afectivas

El peor trauma del viejo pascuero
Es que hoy sólo los niños
Creen en él.

domingo, 23 de marzo de 2008

Diógenes

El huaso Diógenes, junto a un grupo de amigos, se fueron caminando por un estrecho canal que los conducía a unos pastizales, lugar apenas armonizado por un par de árboles, una vaca pastando y un caballo amarrado a una cerca. En ese momento, dos cabros chicos entablaban un feroz combate: el moreno lanzaba puñetazos mortales y el rucio le respondía con un palo, dándole en los brazos en un par de ocasiones. Entonces el morenito, tomando fuertemente el palo de su contendiente, derribó de un sonoro rodillazo al rucio , que cayó aturdido y con la mandibula rota. Los huasos aplaudieron la hazaña, pero Diógenes, un poco molesto, tomó su bastón y lo rompió. Ante esto, sus amigos lo increparon duramente, pero él contestó que ya no lo necesitaba, pues así como el morenito le había sacado la cresta al rucio valiéndse sólo de sus manos, él no necesitaba utilizar un bastón para caminar. Uno debe bastarse a sí mismo, dio a explicar Diógenes en su circular y lento dialecto campestre. Sus amigos tomaron los trozos del bastón, y dejando solo al huaso Diógenes, se fueron risueños en sus tranquilos caballos.