sábado, 1 de marzo de 2008

Anotaciones sobre el infierno de lo hiperreal.



Vivimos, hasta cierto punto, en una sociedad de lo hiperreal. Podemos hablar de síntomas: la hiperreferencia en las artes y los medios de comunicación; la hiperproducción de referencias desde la cultura y sus códigos; la posmodernidad en tanto pérdida irreparable de la verdad, el origen y la esencialidad; la disminución casi total de la confianza en las antiguas instituciones, llámese estado, religión, arte, familia, etc. El mundo actual nos dibuja a nosotros y a nuestro imaginario hiperhíbridos y multimutantes, pero también, debido a su naturaleza, se nos aparece como una amenaza en la forma de una imposición o de una alarma excesiva. Respecto de estas últimas nuestra propia vitalidad debe ser abordada de distinto modo, tanto si se desea acceder al ansiado cielo como si se busca habitar dignamente el aberno cotidiano. Para dilucidarlo, primero debemos identificar el sitio donde nos encontramos.

El infierno es hiperreal, y, por lo tanto, supera nuestra capacidad de captarlo. Podemos o no hallarnos más de alguna vez en la situación de no entender una talla, de no poder participar socialmente de la sociedad en la que nos encontramos, siendo marginados ya sea por no tener el capital monetario para entrar con una persona de determinado rango o con un producto de determinado precio, o el capital cultural para sostener una conversación sobre fútbol o metafísica, en definitiva, el capital-código que nos abra las puertas de un ritmo que cada vez se vuelve más segmentarizante y marginador. Esto puede funcionar tanto interna como externamente: podemos no encontrar al otro como a nosotros mismos en esta dinámica, y es que los libros no sólo han subido de precio; también ha subido de precio su lectura. Nos cuesta más leernos y leer, y, en el mismo sentido, resulta cada vez más indeterminado aquello que estamos leyendo. Tanto el fragmento (secreto) como la totalidad (mentira) se escapan a la comprensión fundamental de lo real, en la medida que lo fundamental ha dejado de ser aplicable, y que lo real ha sido aumentado, multiplicado y cosido con hilo invisible, como en un laberinto de espejos sin trasfondo, o con un trasfondo que sólo puede ser ejemplificado por el espejo que lo oculta.

Un infierno que se caracteriza por amenazar la esencia, en tanto no es partícipe si no es parte del ilusionismo. Un infierno el cual, del mismo modo que los íconos que caracterizan a cualquier infierno (depredadores, peligros terribles, sufrimiento), impacta sin distancia en tanto acecho del crimen: creer todavía que el alma está fuera del juego. Pero este crimen es crimen justamente porque está fuera. El juego admite, por ejemplo, una carnicería de cuerpos mutilados en televisión nacional, o el suicidio de una estrella pop. Lo que no admite es aquello que se rehusa a participar del - virtual - juego, siendo la soledad un inasible que, no importando su dirección, siempre termina de este lado.

El infierno de lo hiperreal perturba a los entes solitarios porque hace demasiado real aquello que el solitario se niega a sí mismo rotundamente: admitir, en vez de la negación, una distancia respecto de lo real, en la cual se reconocería que tal cosa no existe, y que lo hiperreal es en realidad un hipervirtual. Pedrito y el lobo mienten; pedrito cuando llama al pastor, el lobo cuando se lo come; y el pastor cuando hace y no hace caso. No hay prado.

Pero vale recordar que Pedrito es un solitario. De ahí que busque engañar a aquello que de por sí es engañoso.

M.P.

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