lunes, 31 de diciembre de 2007

ALUCINACIONES.TXT (PARTE II)


(Se celebraba el año nuevo, en algún punto del Chile relatado por Blade Brunner. Por supuesto, no todos estaban invitados a la fiesta.)


Segunda parte

Anticuerpos, de Sergio Amira, relata la historia de un agente del servicio secreto chileno, un verdadero ángel de la muerte, que fusionado con la ciudad, como si él fuera un ente panóptico que vigila y que castiga el mal, se dedica a recorrer las calles de Santiago para eliminar a los virus que la infectan, personas que por algún motivo desconocido enferman y contaminan a la ciudad devenida en cuerpo orgánico. El tiempo narrativo es isocrónico, es decir, oscila como un péndulo entre el origen del agente secreto y la caza de un joven patógeno. Más por el riesgo y la estructura del relato, que por lo anecdótico, es que podríamos afirmar que está entre los cuentos más sólidos de la antología.

Puente sobre fuego turbulento, de Toncy Dunlop. La misma autora afirma en su reseña su filiación con Faulkner (y en el mismo cuento una mención a Woolf) por lo cual podemos entender la forma peculiar de puntuación en el cuento, y sobre todo las constantes apariciones de corrientes de la conciencia, hacen de esta pieza el relato más arriesgado y experimental de la antología. Sin embargo, ocurre que adentro del mismo, con todas las oscilaciones y el drama que se nos está relatando (el de una chica que tiene relaciones con un hombre mayor) deja un sabor áspero y seco en los ojos tras su lectura. En este cuento no hay belleza, no hay poesía, y el manejo de los diálogos, de clara intención coloquial, se reducen a un lenguaje soez y plano, casi al nivel de una conversación por msn. Con esto no quiero invalidar el uso del neologismo y del lenguaje informal en la literatura, pues en ese caso tenemos joyas de la literatura, como Las aventuras de el Salusticio y el Trabuco, de Alfonso Alcalde, o más actual, La Trilogía sucia de la Habana, de Pedro Juan Gutiérrez. En fin, estaría abordando otro tema, pero en síntesis, sin contar el esperpento de Costamagna, el cuento es el más malo de la antología.

Esferas de Carey, de Luis Saavedra, tras leerlo, no pude no recordar el célebre cuento de Mauricio Wacquez, Excesos, que empieza así: Antes, ayer, yo amaba a Irene. Hasta ayer en que ella se fue, yo la amaba locamente. Y el cuento de Saavedra: Antoniette lleva un vestido largo y negro de encajes. Obviamente, no está de más decirlo, no estoy acusando ningún plagio (Paulina Wendt style), sino que aludo una suerte de diálogo que se da en ambos textos. En el cuento de Saavedra, muy onírico, lleno de paisajes e imágenes que rozan lo surreal, hay una búsqueda por una mujer esquiva, que parece estar en alguna presencia, en algún trozo de un cristal o de una esfera, y en el cuento de Wacquez, se da la recuperación imposible de la mujer, que deviene en un conmovedor travestismo (o cross-dreassing). En el caso de Esferas de Carey, la concreción de esa mujer, se volatiliza en un sueño. No comentaré más, pues se trata de un cuento que hay que leer, tratando de dejar de lado (si es que se puede) el componente racional y lógico de la lectura.

Por la tarde los niños se aburren, de Armando Rosselot, juega con la experiencia que todos (todo infante) hemos vivido cuando ingresamos al jardín, a la sala cuna o al kinder. Una historia que tiene la apariencia de ser tierna e inocente, comienza a rarificarse, pues algún orden aparente, como las cuidadoras, los niños que acompañan a la niñita recién llegada, la madre de la niñita, parecen estar metamorfoseados, por algo que puede o no puede ser siniestro. Escrito a la manera de los cuentos clásicos de ciencia-ficción (pensemos en Bradbury, en Arthur C. Clarke, en Dneprov) la epifanía, la revelación de lo oculto aparece en las últimas páginas del relato. En síntesis, un cuento poco arriesgado en lo formal, pero que sin embargo se sustenta en la pura trama, en lo relatado, como para hacerlo uno de los cuentos inolvidables de la antología.

Un Mustang P-5 1d en escala 1/72, de Tito Matamala, relata en tono paródico una persecución política en contra de los modelistas (realizadores de maquetas y miniaturas), los cuales de la noche a la mañana son considerados enemigos del Estado, y por obligación expresa deben destruir todos sus trabajos. Una historia de lo absurdo, con muchos toques humorísticos, que emparienta este relato con el Monterroso más oscuro y pesimista (Mr. Taylor, La honda de David, etc.). En el fondo es el gran respiro de la sordidez y los pasajes oscuros que abundan en la antología. Ya Borges lo decía, los mejores escritos son los que mezclan lo patético con lo humorístico.

El prisionero, de Alberto Rojas, actualiza una vieja historia chilena, de un teniente de la aviación, que por allá en 1914 salió en su máquina, y diciendo voy y vuelvo… En fin. No quisiera arruinar la sorpresa del relato, escrito con una prosa fluida y repleto de diálogos precisos, milimétricos, que hacen recordar los antiguos cuentos militares al estilo de Olegario Lazo. Sólo léanlo, y mejor aún si lo hacen viajando en avión.

Glykabiil, de Sergio Meier, me duele comentarlo. Me duele, básicamente porque tiene una prosa colorida, llena de imágenes en cada frase, preciosista, barroca. Por otra parte, tiene un gran dominio de autores, filósofos y científicos, que lo hacen un verdadero campo magnético, un sol para los escritores actuales. El problema es que sus relatos son huecos, como de escenografía de teatro. Me explico. Ya leyendo la Segunda enciclopedia de Tlön (endilgada como la primera novela steampunk chilena), uno puede notar cierto vértigo, cierto juego de ideas como los mundos virtuales, las proyecciones holográficas, el revisionismo, los mundos paralelos, pero todo esto, arrojado en un saco y pasado por batidora. Su prosa es preciosa, pero su construcción narrativa es desastrosa. Un escritor que perfectamente pudo haber estado en esta antología, y que puede tener algún parangón con Meier, es Antonio Gil (Las playas del otro mundo es una novela avant le lettre de la ciencia-ficción, pero de explayarme me desviaría del tema), ambos de prosa afinada y poética, casi podríamos decir de literatura cuántica, por la capacidad de generar el vértigo y la ilusión de la simultaneidad, rompiendo (falsamente) la cárcel de lo lineal, de la trayectoria. Sin embargo, Gil va dejando pistas, y Meier ninguna. En conclusión, saliendo de lo literario, yo ya le diría a Sergio si me lo encuentro en la calle: señor, usted debería guiarnos con un poco más de coherencia por sus textos, pues de lo contrario se corre el peligro de caer en el espantoso mar de lo ilegible, y eso conlleva a que cerremos irremediablemente de golpe la tapa de sus libros. Joyce es Joyce, evidentemente.

El barco panteonero, de Oscar Barrientos, recupera la tradición y el folclore del mito de los barcos fantasmas (en la línea del Caleuche) para entregarnos un cuento mediano, breve, con un final más o menos predecible, cosa nada de negativa, pues ya en las primeras líneas se deja respirar la sombría y tétrica aparición espectral de ese algo, que termina mutando en maravillosa extrañeza. Es de los cuentos que importa menos el desenlace que el tránsito, ese dejarse pasear por algo que vagamente des/conocemos.

Señuelo, de Soledad Véliz, debería estar dentro de la mini-antología que todo lector hace cuando lee una antología. De diez o veinte cuentos, siempre el lector preservará en la memoria cuatro o cinco relatos, o todos, en el caso de que sea Funes el memorioso. El relato podríamos adjetivarlo, no sin vana pretensión, de “cuento de hadas citadino” pero contaminado por la podredumbre de un callejón, los recuerdos falsos y un dispositivo militar que encarna a una anciana. El núcleo central, el disparador primordial del relato, se puede resumir en el siguiente problema: el Estado da a elegir a los ancianos, improductivos e inútiles para la sociedad, entre dos alternativas, la de morir indignamente en un asilo indecoroso, o la de vivir indignamente como base de datos, es decir, el cerebro utilizado para acceder a las vivencias y al conocimiento de la persona. Este dilema ético es el que se plantea la protagonista, una anciana, que decide finalmente no optar por ninguna alternativa por lo cual es expulsada de su casa. Obviamente el cuento no deviene en moralina, ni siquiera en una digresión inútil sobre la vida y la muerte, he ahí su virtud. Un cuento que parte como problema ético y termina en ensoñación, y a la vez un cuento que empieza como cuento de terror y termina como cuento de hadas. Entre esos espacios, hay una gama de colores y tonalidades.

Los que no vuelven, de Gabriel Mérida, narra, muy a la manera de los cuentos marítimos (Conrad, Stevenson, Kipling) pero de manera concentrada, menos dispersa y más fragmentaria, la melancólica historia de hombres que van navegando por un mundo que parece estar rodeado de agua (water World), y bajo ese mar un Chile enterrado, al cual se puede acceder buceando y recorrer sus calles. El cuento es reposado, con poca acción, acaso imitando la quietud de un mar calmo, que ya no es bravío, sino sobrecogedor. Un amor perdido, un barco que no se sabe muy bien quiénes lo habitan, un joven que contempla naves voladoras, hacen de este cuento un amable hermano menor de Las tres coronas del marinero, glorioso film de Raúl Ruiz.

Y para finalizar, el cuento más conmovedor de toda la antología, El Juego, de Marcelo López, que trata sobre una escuela abandonada, en medio de un Chile imposible de identificar en el tiempo, en la cual comienza a ocurrir un hecho paradójico: todo niño abandona la niñez para entrar a la adultez, pero en este caso, literalmente, los adultos están abandonando a los niños, arrojándolos a su suerte. ¿Lo hacen por obligación? ¿Alguna fuerza los traiciona y los empuja al abandono? Son las interrogantes que se barajan durante la lectura, texto que además resalta por su pureza y su hábil manejo del lenguaje, sencillo y preciso, como lo haría un Kafka. ¿El final del cuento? Abisma, hace crujir por dentro, sensibiliza de manera acorde con la pieza maestra, evitando la siempre molesta canalla sentimental.



Nota final: Agradezco la amabilidad de Alieníndigena (a.k.a.) Gabriel Mérida, por regalarme el libro a cambio de un par de cervezas que aún le debo. Yo, que pensaba que como último día del 2007 iba a cerrar mi blog con una digresión ombliguista sobre mis penurias y humillaciones y fracasos, termina de manera más sobria y afable, comentando una antología llena de cabros (y no tan cabros) talentosos o potencialmente talentosos. Si algún aludido se sintió ofendido en su honra por alguno de mis comentarios, no le pido disculpas porque todas mis apreciaciones fueron honestas. Aprovecho de avisar que este blog, conjeturalmente abierto hasta marzo de 2008, está totalmente disponible para que cualquier autor o editorial me envíe su obra, para yo, como manera de retribución, se la comente. Eso es todo, me quito el sombrero galvanizado con una reverencia hacia la nada, y aprovecho de avisarles que bajen hallucinations.mp3 (¡es gratis!). Aprovechen de bailar con su robot esta noche, y en su defecto, puedan beber mucho aceite para tuercas. ¡Salud! y ¡Feliz 2008!

5 comentarios:

El Bosco dijo...

¿Cómo seré capaz de a estas horas (q ya estoy en año nuevo) leer estas antologías (sus comentarios, mejor dicho)?. Es q quiero aprender, claro.
Sé todo lo feliz q te dejen y ponle más más metal a hallucinations.
Por el nuevo año

Sergio Alejandro Amira dijo...

Concuerdo con casi todas tus apreciaciones de los cuentos (al menos los que he leído) de la antología en la cual estoy representado.

Buscaré la manera de enviarte mi proyecto solista Identidad Suspendida entonces.

CaDaZaUrUs dijo...

Muchas gracias por el sincero comentario de la antología. En estos días es difícil conseguir que alguien te lea y mucho más que te diga abiertamente si vale la pena.

Me gustaría poder hacerte llegar los libros del colectivo en el cual participo: www.grupopoliedro.org

Pablo Rumel Espinoza dijo...

Mándame un mail a agrafotragico@gmail.com, y ahí te digo cómo podemos hacerlo.

Saludos.-

Teobaldo Mercado dijo...

La ciencia-ficción dura sí se cultiva en Chile; pero somos pocos los interesados en ella, pues la mayoría prefiere la otra. Los que la escribimos somos auténticos bichos raros, llegando inclusive a ser despreciados e ignorados por la mayoría de los lectores. A mí me han empapelado a chuchadas en mi blog por no escribir “a la chilena”, además de haber sido arrojado por la borda en esta dichosa antología sin causa alguna, simplemente por no haber sido del agrado del “Comité editorial” de la misma.

Hay bastante de desconocimiento con respecto al género, principalmente al apartado de “ciencia”, con lo cual muchos creen que uno tiene que ser astrónomo, físico, bioquímico o matemático para hablar del tema. Craso error. Todo es cuestión de informarse un poco sobre una materia determinada y el resto es escribir. No se trata de hacer una disertación científica sobre la materia en cuestión, sino de saber aprovechar el filón de ideas que nos brinda para poder desarrollar una historia. Yo no tengo miedo de hablar de universos paralelos, viajes hiperespaciales, inteligencias artificiales, seres extraterrestres y temas similares, pese a que no soy ninguna autoridad en dichos temas.

Ahora que tengo la experiencia de mis cuatro libros autoeditados, tal vez me lance a la idea de confeccionar una antología de ciencia-ficción dura por mi cuenta. Sí… podría ser, creo conocer a la gente adecuada para ello.

Saludos y sigue adelante con tus interesantísimas aportaciones literarias.