miércoles, 30 de abril de 2008

fiesta pagana



Soy el helecho de la fiesta, aquella materia orgánica que se aplasta contra sí misma en un sillón de tierra. Un mareo incomprensible me rompe la cabeza (¿tienen los helechos cabeza?), siento que la comida se me sale por la boca pero no, apenas hay comida en mi estómago. Dame fertilizante, le pido a Nicolás. Nuevamente esa mirada de soslayo, en qué mierda andas, tradúceme viejo. Algo para seguir, creo que digo. Nicolás va a la mesa, destapa una pipa saturada y la vuelve a rellenar de mis primas, las hojas. Me alcanza la pipa y me la fumo lentamente, tratando de imitar el ritmo del amanecer, porque nosotros los helechos no comprendemos otro tiempo que no sea el tiempo cósmico mediante el cual las cosas de mundo avanzan y se distorsionan, mueren y resucitan. Como Cristo en la cueva, digo fuerte, pero nadie me mira. Nicolás sí, ya no tan de soslayo, sus ojos están muy rojos y el pelo lacio se le cae sobre la cara. Comienza a hablar, pero yo me quedo pegado en la forma con que se lleva el cabello detrás de la oreja para hablar y en cómo el cabello no tarda en cubrirle la cara nuevamente. Bienvenidos al samsara de Nicolás, pienso. Y sigue hablando. Le oigo algo de Kurt Cobain, que es como un poeta y un Cristo al mismo tiempo; también menciona a Nick Cave y Anaís Nin. Otros más extraño, que me imagino que no existen pero que suenan muy chistosos y por eso Nicolás los menciona. Habla de Sâmsuki, de Refoir, Cunningham y Neves. Y dice Parra. No sé si se refiere a Violeta o a Nicanor, o quizás a ninguno de los dos, tal vez a Isabel o la Juanita.

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